Todos somos culpables
Que lindo que era el fútbol. Que lindo cuando la familia iba a
la cancha. Que lindo cuando se disfrutaba del folklore de tener al
visitante enfrente, en tu casa. Que lindo cuando no existían los
negocios. Que lindo… que en Argentina podamos disfrutar algún día de ese
fútbol, del cual muchos jóvenes no llegaron a conocer.
La historia del fútbol
argentino es muy rica. Las historias que cada futbolero puede contar,
podrían ser parte de la crónica o el relato de un fútbol argentino que
ya no existe. La ciudad viene de vivir un año difícil pero ningún hecho
justifica la impaciencia, el odio y los sucesos violentos que se
vivieron el pasado fin de semana.
Lo que pasó el domingo entre las 17.30 y las 21hs es parte de un
capítulo negro del fútbol de nuestra ciudad. La irrupción de la barra en
la zona de vestuarios del estadio del Bosque. La policía hospitalizada
por recibir un piedrazo en su cabeza, en pleno servicio. La tormenta de
piedras que se tiraron hinchas de Gimnasia y Estudiantes en 7 y 50. Y
los disparos que ejecutaron “hinchas” en la zona céntrica de nuestra
ciudad son episodios que escriben otro capítulo nefasto de la historia
negra que tiene el clásico platense.
La rivalidad entre Estudiantes y Gimnasia existe desde que el fútbol
era amateur. Con el correr de los años se fueron escribiendo crónicas de
una extensa historia de enfrentamientos futbolísticos. Pero en los
últimos años (en las últimas dos décadas) esos enfrentamientos se
desvirtuaron y por seres cobardes y ajenos a esa rica historia, el
enfrentamiento termina siendo perverso.
La mala llamada “cultura del aguante”, el mal fomento del amor al
propio club en el cántico “los vamos a matar a todos”, no han hecho más
que cultivar una enfermedad en la sociedad, que termina siendo violenta y
que se descarga con el otro, solo por ser diferente.
El pasado domingo vivimos y sufrimos muestras de que el fútbol
argentino está todo cagado y que los mal llamados “giles” que no pueden
ir de visitante en poco tiempo tampoco podrán ir de local.
El sistema tiene fallas por todos lados y socialmente cada actor
termina siendo responsable. Si, así es. La culpa, en mayor o menor
medida la tiene el poder político, las dirigencias de ambas
instituciones, los barra, los hinchas, los fiscales, la policía, los
organismos de seguridad y prevención, los entrenadores, los jugadores y
los periodistas.
Si bien esta problemática se sucede desde hace muchos años, nunca se
ha tratado con la seriedad que amerita y es por eso que es muy difícil
palpar una solución en el futuro inmediato.
Jugadores que tranzan con barras. Dirigentes que asocian a ladrones.
Policías que arreglan con las hinchadas. Políticos que emplean a
violentos como fuerza de choque o punteros políticos. Periodistas que
hablan con una camiseta y fomentan el odio hacia el otro. Técnicos que
fomentan cargadas. Y fuerzas de prevención y seguridad inútiles han
instalado y criado un monstruo que no conoce de códigos, que no tiene
límites y que lo único que hace es dañar, lastimar y matar a todos
aquellos que viven este deporte.
Seguramente que esta editorial no cambie nada. Ojalá que sí. Para que
esto cambie se necesita de: personas que trabajen, en los organismos de
seguridad, con ideas, de dirigentes que no fomenten ni asocien a lo
barras, de jugadores y técnicos que no trancen con los violentos, de
periodistas serios y no hinchas con micrófonos y páginas; y de una
justicia que sea justa y que condene a los violentos.
Ese terreno parece estar muy lejano pero no es imposible. Hoy la
ciudad de La Plata es una ciudad más donde estos violentos viven,
trabajan y hacen negocio por incapacidad, negligencia y conveniencia de
muchos. Si esto sigue así cada vez serán más las crónicas negras en
nuestra ciudad, y menos las crónicas futboleras.
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