
GASTON GIL ROMERO Y GASTON DIAZ
LUCHAN POR LA PELOTA EN UN PASAJE DEL CLASICO
ENFOQUE Por EDUARDO TUCCI
Se
jugó como debe jugarse un clásico, con dientes apretados, sin regalar
nada, peleando en todos lados. No faltaron las polémicas, las peleas y
los expulsados. Algunos dirán con razón que como expresión futbolística,
por lo demostrado en la cancha, quedaron en deuda pero la entrega desde
uno y otro lado nos hizo rememorar otros encontronazos de hacha y tiza,
disputados sin renuncios, con actitud y muy caliente.
Para
agregar incertidumbre al desarrollo temprano tuvieron que dejar la
batalla por lesiones, ni más ni menos que la Brujita Verón y el
colombiano José Erik Correa, que instantes antes de la contractura se
había anotado en la historia del encontronazo lugareño marcando la
apertura.
No faltaron las rojas ni las emociones que se fueron
prolongando hasta el segundo final, con llegadas sobre Monetti y Rulli,
manteniendo la incertidumbre sobre el resultado definitivo hasta el
pitazo del cuestionado Saul Laverni.
En el “clásico de los
debutantes” -recordar que sólo cuatro jugadores de los 22 que iniciaron
el choque habían participado en anteriores ediciones del derby, por el
lado pincharrata el mayor reconocimiento quedó para el uruguayo
Aguirregaray, que puso todo y anotó la igualdad.
En la escuadra
de Pedro Troglio -enojado como pocas veces con el árbitro-, el
batallador Franco Mussis se puso los pantalones largos en la mitad de la
cancha con una actuación casi consagratoria.
Una lástima, a la
hora del repaso final, que tanto fervor no haya podido ser compartido
por ambas tribunas. Quizá allí esté el único déficit de la edición 150:
la ausencia de público visitante por la controvertida decisión surgida a
raíz de la loca violencia que sacude al fútbol. Porque si bien el local
aportó al colorido propio de una fiesta de esta envergadura, faltó el
ida y vuelta que sólo pueden provocar los hinchas de los dos grandes de
la Ciudad.
El partido subió la temperatura progresivamente y alcanzó su máxima intensidad a lo largo del período complementario.
El
Lobo con uno menos -por la discutida interpretación del juez en la
acción que determinó la salida de Facundo Oreja-, se multiplicó para
sortear la inferioridad numérica y el León puso toda la carne en la
parrilla para empardar. El 1-1 que estampó Estudiantes dejó servida la
mesa para un epílogo de ida y vuelta.
Treinta meses sin verse las
caras. Una eternidad. El reencuentro se vivió con intensidad como ha
ocurrido a lo largo de la historia. Los dos se vistieron
alternativamente de protagonistas y consiguieron disimular la
desprolijidad con entrega. El choque 150, que terminó con el mismo
tanteador final que tuvo el primer clásico de la era profesional -fue
también 1-1, el 14 de junio de 1931 en campo tripero-, ya es historia.
No
defraudaron. La eterna rivalidad se extenderá en discusiones y
polémicas sin fin hasta la próxima vez que se encuentren para dilucidar
este pleito único.
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