Argentina tuvo todo para ganarlo y se le escapó el sueño mundialista en el final. Honor y reconocimiento a un equipo de gladiadores que volvió a prestigiar la camiseta albiceleste
Por NICOLAS NARDINI ENVIADO ESPECIAL RIO DE JANEIRO
El
dolor del final será difícil de mitigar. La ilusión de todo un país era
muy grande. Pero nada puede empañar la ejemplar campaña de la Selección
Nacional en la Copa del Mundo en la que anoche se coronó Ale mania. La
Albiceleste cortó un ayuno de 24 años sin estar en una decisión
mundialista y llegó a esa instancia de manera inobjetable, luchando con
armas nobles, disciplina táctica, rigor, trabajo, humildad y sin apelar
jamás al juego brusco.
El equipo de Alejandro Sabella prestigió
como ninguno en 24 años la camiseta de nuestro país. Llegó en silencio a
Brasil hace casi ya 40 días y quebró una barrera que parecía
infranqueable para nuestro fútbol: la de los cuartos de final. Se volvió
a decir presente en siete partidos, igualando lo producido en el
Mundial de Italia, en 1990. Y en la final frenó el impulso de un
adversario que estaba pensando en otra goleada (como la que le propinó a
Brasil) y terminó desconcertado ante el orden del conjunto de nuestro
país.
Fue una final diferente a la que se presagiaba. Ayer se
quemaron todos los papeles. Alemania lejos estuvo de ser la máquina
trituradora que expulsó al dueño de casa de la final. Argentina estuvo
sólida como en toda la fase de eliminación directa. Esta vez, vaya
paradoja del destino, nuestro combinado falló en la faceta en la que
siempre estuvo sobrado: en la definición. Sí, allí donde tiene a los
mejores del mundo, el equipo defeccionó. Higuaín, Messi y Palacio
perdonaron a los teutones, que luego aprovecharon su cartucho en el
final del tiempo extra.
NADA QUE REPROCHAR
En
todo trámite futbolístico, el guión va ofreciendo aristas valiosas para
el análisis. No todo se reduce al resultado. Hay matices, detalles que
mucha veces terminan siendo determinantes en la definición de los
cotejos. Más allá de todo eso, en el plano general, no hay nada que
reprocharle a esta Selección. Los muchachos de Sabella estuvieron a la
altura de los acontecimientos.
Borraron de un plumazo las
especulaciones que daban cuenta de una posible goleada o hasta de un
paseo alemán. Cerraron los caminos del adversario, fueron solidarios,
dieron todo, no se guardaron nada en el tanque. Lucharon como verdaderos
guerreros y cayeron como héroes, después de sudar hasta la última gota
posible por la gloria de la camiseta que llevaban puesta.
Y
cayeron de pie, con dignidad, compitiendo hasta el final. Entendiendo
esta palabra en su acepción más pura. No se vieron golpes arteros, ni
pérdidas de tiempo, ni nada que pueda estar en el plano de lo
reprochable. Fue un equipo digno de ser aplaudido, como hicieron al
final los brasileños, recién cuando se les fue el susto de que Argentina
les de la vuelta olímpica en su Mundial y de haber mirado el partido
con su equipo fuera de competencia y vapuleado por dos veces en pocas
horas.
Cayeron de pie, con dignidad, compitiendo hasta el final. Entendiendo esta palabra en su acepción más pura
Que
la decepción fue grande, es verdad. Que un país entero espera desde
hace 28 años cambiar las lágrimas de tristeza por las de felicidad,
también. No obstante, lo sucedido en ese fatídico segundo tiempo del
suplementario, no puede borrar todas las alegrías que este equipo le dio
a al pueblo futbolero. Argentina se reinstaló en la elite del fútbol
después de más de dos décadas. Y lo hizo sin subirse nunca al caballo de
la soberbia, este proceso tendría que servir de ejemplo para todo lo
que viene. Tras la derrota en la final no quedan ruinas, quedan bases
sólidas para seguir por este camino correcto.
Quizás Messi, el
mejor jugador del mundo y consolado ayer con el Balón de Oro, era quien
más merecía el trofeo máximo. Hizo un gran Mundial y se expuso incluso a
la crítica que no toma en cuenta los sobremarcas permanentes que el
rosarino sufrió. Es verdad que no hizo la mejor final, como tampoco el
resto de la ofensiva. No es menester caerle a alguien en particular,
muchos menos al futbolista más determinante no solo del Mundial, sino de
todo el ciclo Sabella, el DT que más hizo rendir a la Pulga desde que
es el “10” de nuestro combinado. Mascherano, un león en la mitad de la
cancha, era otro claro merecedor de un final feliz. Fue un Jefazo,
terminó la lucha con la frente bien en alto.
Pasó una Copa del
Mundo que se cerró con un sabor agridulce por el mazazo del final.
Cuando baje la espumita, se disipen los efectos del lógico dolor de todo
hincha que vio como se esfumaba una gran ilusión, y pasen algunas
horas, empezará a tomar real dimensión el gran Mundial realizado por la
Argentina. Un torneo que será recordado por el protagonismo, por haber
quebrado barreras históricas, por las movilizaciones de público jamás
vistas en ninguna competencia deportiva y porque nos permitió volver a
creer que todo es posible, siempre que haya unión, trabajo y honestidad.
Dieron todo. Ya forman parte de la galería de las grandes selecciones
de la historia de nuestro país.
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