En la Argentina andan por la cuerda floja los entrenadores de
campaña mala, los de campaña regular y los de campaña buena. Los de
campaña muy buena saben con cuáles bueyes aran. Las loas y el crédito
duran un suspiro. Desde luego, el encabezado de estas palabras no aspira
a redescubrir la pólvora, pero en todo caso, eso sí, a hacer notar la
desenfrenada carrera de la crispación, de las pocas pulgas y de la
insatisfacción eterna. Pensemos en Gabriel Milito. El muchacho se alejó
de Estudiantes de La Plata con el mismo porte de su llegada, como un
caballero: respetuoso, honesto, laburador sin grupo, sin guitarra.
Renunció, después de ocho meses, en clave de la gran Loco Bielsa, porque
se siente desgastado, dijo, con poca gasolina.
Sin perjuicio
de que hayan gravitado razones personales, no es descabellado deducir
que buena parte de su desgaste atañe a discrepancias con la CD (sobre
todo en la política de ventas y de incorporaciones) y otra buena parte a
la escasa aceptación de la mayoría de los hinchas de Estudiantes.
Porque se lo supone menottista, o guardiolista, o romántico, porque no
es del cuño zubeldiano-bilardiano-sabelliano o vaya a saberse por qué.
La curiosidad de la que ha sido víctima Milito y que retrata lo
desquiciado que ha devenido el fútbol, es que el trazo grueso de la
hinchada pincha se proclama “resultadista” y el ciclo del Mariscal
enrulado consta de una cosecha de más del 60 por ciento de los puntos,
varios partidos ganados después de estar 1-0 abajo (otra rareza: un
equipo corajudo dirigido por alguien acusado de blando) y el pase a la
Sudamericana 2016.
Gaby Milito, joven DT, ha hecho un curso acelerado en la república de la Gata Flora.
Gaby Milito, joven DT, ha hecho un curso acelerado en la república de la Gata Flora.
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