martes, 19 de junio de 2012

Y UN DÍA... LA MÍSTICA LLORÓ


En el Deportivo del Lunes fue publicado un cuento en referencia a Juan Sebastián Verón y un encuentro en el año 2006, cuando volvió a Estudiantes, con la Mística. Imperdible obra literaria que decidimos levantar en CIELOSPORTS.COM:

Cuenta la leyenda que una tarde gris, en un día y
un mes no preciso, se vio perdido. La calle estaba
tapizada en empedrado y la humedad disfrutaba
sobre el piso de aquella cortada maliciosa.

Los controles de su camioneta ya no respondían
y el rumbo, tan drástico como inevitable,
era el impacto contra lo desconocido. Soltó el
volante del carro y llevó sus manos a su calva
cabeza como si con ese reflejo pudiese amortiguar
el golpe. Una luz lo encegueció y, cuando
todo quedó inmóvil, se encontró sentado en el
medio de la nada. Un largo pasillo de espejos y
cristales lo invitaban a ponerse de pie y buscar
una salida. Valiente, decidió encarar con coraje
su destino. Al ingresar al pasadizo, una ráfaga
de viento lo impulsó hasta incrustarse contra
una vieja puerta de sólida madera. Al instante,
la puerta se abrió y, frente a él, sólo había un
sillón antiguo. Un ambiente lleno de cuadros
con fotos de equipos desconocidos y de festejos
de deportistas sin rostros lo recibió sin avisarle.

Pensó lo peor. Se sentó inquieto en el sofá de la
extraña habitación y mágicamente una gruesa
voz lo sorprendió:

- ¿Tomás algo Sebastián? Miró para todos lados
como intentando encontrar a su interlocutor
cuando, detrás de un pesado escritorio de roble
antiguo, el sillón individual giró. Una bella señora,
de pelo blanco y ojos azules sucumbió frente
a él. Quiso entender y no pudo. Una anciana con
voz de hombre, tan elegante y educada como
tenebrosa, no le sacaba la vista de encima.

- ¿No me dirás que tienes miedo campeón?,
preguntó la supuesta inquilina al asustado visitante.
Intentó responder pero no pudo.

-¿Aún no sabes quién soy?, arrebató sin darle
tiempo a una respuesta la dama. Él, con más intriga
que temor, meneó su cabeza contestando
negativamente.

-La Mística Juan, soy la famosa y tan nombrada
Mística. Después de unos segundos sin
reacción, el chico de barba candado atinó a balbucear:

-Pero….

- Mirá que sos machista eh. ¿Qué esperabas? ¿Un
gordo con panza tomando cerveza?

Era demasiado real para ser un sueño.

– Un gusto. Dijo. Una gaseosa, por favor. Agregó.
La vieja se puso de pie sin esfuerzo y, con la
agilidad de una gacela, comenzó a caminar en
círculos a su alrededor.

–Sabrás por qué te mandé a llamar…, preguntó
en tono bajo y en modo imperativo.

– No tengo la más absoluta idea, devolvió el muchacho
como empenzando a tomar confianza.

- ¿No te has dado cuenta que estoy en decadencia?
Las nuevas generaciones ya no creen en mí.

Tu padre, junto a ese grupo de valientes me han
llevado a lo más alto. Más tarde, Salvador se encargó
de mantener mi buen nombre en la gloria.

¿Y después? ¿Te pusiste a pensar qué pasó después?

A medida que daba su discurso, la extraña señora
aceleraba el paso y elevaba el tono de voz.

Él, sin creer lo que estaba viviendo, buscaba una
explicación científica para algo que no lo tenía.
Pero no podía negarla, ya que siempre supo que
existía.

– Los pibes de ahora, los que nacieron en los
noventa, no compran historias de viejos verdes.
Ver para creer querido. Y lo que ven, es que todo
lo que escucharon de mí no condice con la realidad.
Entonces… ¡¡Qué entonces!!.

Como una loca desquiciada, por primera vez la
anfitriona perdió la calma.

– Entonces dejan de creer, dijo tímidamente
perdido Sebastián.

La Doña se detuvo, lo miró agresivamente, tomó
de un sorbo el escocés con hielo que continuamente
transportó en su mano y se sentó a su
lado:

- Exacto. ¿Ves por qué estás acá? Porque eres
distinto. Eres inteligente y veloz mentalmente.
Así es pequeño demonio. Los pibes dejaron de
creer en mí. Es más, sólo creen en la suerte.
Él suspiró profundo, cruzó sus piernas, se acomodó
bien de frente a ella y se entregó a la
charla:

- Entonces… vos y la suerte…

- Somos amigas, pero no somos lo mismo.
A veces yo la ayudo a ella y ella me da una
mano pero, la gran diferencia, es que lo mío
es mérito y convencimiento y lo de ella es azar
puro. Ella gana siempre, yo no. Con Mística se
puede perder, como acaban de perder tus futuros
compañeros en Brasil, por penales contra
el San Pablo. Ahí me ganó ella, mi amiga
la suerte. ¿Pero los viste salir de la cancha?
Orgullosos de haber entregado hasta la última
gota de sudor.

Sebastián se quedó mirando el piso, descifrando
hacia dónde se dirigía la charla. Y volvió a
preguntar:

- ¿Y todos estos años por qué no ayudaste al
club?

Una inmunda carcajada de aproximadamente
un minuto lo hubiese despeinado de haber tenido
cabello.

– Yo estoy cuando me llaman. Y me llaman
cuando están convencidos que existo. Recién
ahora les hablaron a los jóvenes de las canteras
algo sobre mí. Recién ahora en Estudiantes se
acordaron de mi eterna existencia.

-¿Dijiste mis futuros compañeros?, preguntó él
descolocado.

–Sí. Es el momento de tu regreso. Dejá todo y
volvé. Te necesito para demostrarles a los chicos
de las nuevas generaciones lo que te contó tu
padre a vos. Las palabras ya no alcanzan.
El muchacho se rascó la pelada e hizo un gesto
de seguir sin entender.

- No es fácil. Además… ¿Cómo volver a lograr lo
que hizo mi viejo?

Ese interrogante actuó como un puñal en el corazón
de la Mística. Arrojó el vaso contra una de
las paredes y estalló en un llanto. Él, rápidamente,
intentó consolarla.

– Dejá nene, dejá. No estás entendiendo nada.
¡!Te necesito para intentarlo!! ¿Qué carajo no
estás entendiendo? Sola yo no puedo.

Los siguientes, fueron los minutos más difíciles
de su vida. Todas las imágenes de su trayectoria
se proyectaron como un film por su mente y, sin
poder evitarlo, él también lloró.

–Esta bien señora, ya deje de llorar, acepto. Informó
seguro y angustiado.

La dama abrió un cofre, extrajo de él una vieja
bandera roja y blanca y lo envolvió en ella con
una suavidad mágica. Una especie de tornado
comenzó a soplar y, la misma luz profunda que
lo esperó en la antesala del pasillo de cristales lo
cegó por un instante. La mujer desapareció de su
vista y por última vez se escuchó su gruesa voz:

- Gracias hijo, toda una generación te tendrá en
la gloria. Ah, me olvidaba, de esta visita, ni una
sola palabra a nadie.

Cuando reaccionó, estaba nuevamente en su camioneta,
a cuadras de su casa. Cuenta la leyenda,
que después de cada triunfo, tras levantar
cada copa, después de cada batalla, en lo más
íntimo de su soledad, Juan Sebastián Verón le
guiña un ojo sonriendo a su querida e inseparable
amiga.

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