Casini padre y hijo
DE TAL PALO
A los siete, Bautista le dice a su mamá que
lo despierte a las 4 de la madrugada. Es la noche del 13 de diciembre de
2003 y en pocas horas verá la final de la Copa Intercontinental que
disputan en Yokohama, Japón, el Boca de Bianchi y el poderoso Milan
italiano. El partido termina en empate y ya se vive el tormento de los
penales. En el momento decisivo, la cámara enfoca a Alfredo Raúl Cascini
que camina hacia el punto penal. Si la mete, Boca es campeón. El
pequeño Bautista se despabila del todo al grito de “¡es papá!” Acto
seguido, el remate seco y esquinado de Cascini logra la hazaña. Mientras
su mamá lo abraza al grito de gol, Bauti siente que su papá es un
héroe.
Bautista Cascini se recuerda con la pelota
desde los primeros pasos. Cuando su madre salía y se quedaba en casa con
su hermano Salvador y su papá, el trío de varones convertía una botella
de plástico en pelota y la casa en cancha donde todo valía. Los chicos
terminaban empapados, festejando a upa de Alfredo Raúl.
Bau, como lo llaman sus amigos, empezó con
fútbol a los 7 en la escuela EFI del Parque San Martín. A los 9 arrancó
en Estudiantes. Como su padre, es mediocampista y calentón: “Pero no
puteo a los compañeros, puteo a los rivales”, aclara. “Mi viejo era más
aguerrido, funcionaba como tapón, no precisaba la pelota para jugar. Mi
característica, en cambio, es más el contacto con la pelota”.
A los 4, empezó el jardín de infantes en
Francia porque su padre había firmado contrato con el Tolouse Football
Club. Uno de los pocos días libres de entrenamiento, el jugador quiso ir
a buscarlo. Lo encontró acurrucado, aburrido y solo en un rincón de la
salita mientras los demás jugaban enloquecidos. “Yo no entendía nada,
hablaban en francés ¡imaginate!”, dice hoy Bautista y agradece que ese
día su papá se haya apiadado y decidido no mandarlo nunca más.
Hoy juega en la quinta de Estudiantes e
incursiona en la reserva. Con 1,71 de altura, 65 kilos, corte estilo Kun
Agüero pero rubio y de ojos verdes, es lógico que en sus comentarios de
Face se repita la palabra “facha”. El pibe tiene pasta de campeón, sí,
pero no todo es herencia: cuando iba a la primaria, en la escuela
Italiana, cumplía con doble turno y de ahí se iba a entrenar: “Tenía
menos de doce años, salía de mi casa a las ocho de la mañana y volvía a
las ocho de la noche”.
En el secundario, les pidió a sus padres que
lo cambiaran de escuela. La jornada de ocho horas más el entrenamiento
lo agotaba. Nunca se planteó dejar de entrenar: para él, primero el
fútbol. “Mi papá no quiso que dejara la escuela, ‘se te va a atrofiar la
cabeza’, me decía”. Recién en cuarto año aflojó. Lo dejaron pasarse a
una escuela pública y nocturna, una costumbre extendida entre los chicos
del fútbol. Con tal de entrenar y de que ningún otro le quite su lugar
en la reserva, resignó el viaje a Bariloche con sus compañeros de la
Italiana. “Por eso también me fui del colegio”, confiesa: “Iban a estar
todos entusiasmados con el viaje y yo me iba a sentir afuera de todas
las charlas”.
Arrancó Derecho en la UNLP este año, sin
embargo dejó para entrenar. Le gusta salir con amigos pero hay una regla
que cumple a rajatabla: los viernes están prohibidos por las leyes del
fútbol: “Los sábados juego en reserva, no me lo pierdo ni loco”.
Llegar al deporte de elite requiere
disciplina y trabajo, por eso más de una vez, Bautista sueña con
vacaciones: “¿Pero sabés qué me pasa?”, cuenta extrañado de sí mismo:
“Cuando me voy a la playa pasan un par de días y quiero volver a
entrenar”. Para su cuerpo, el mejor descanso es hacer lo que más le
gusta.
www.eldia.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario