viernes, 30 de marzo de 2012
Un gol que fue la antesala de grandes éxitos
Por EDUARDO TUCCI
Corría el mes de marzo de 1967 y estaba en juego el Torneo Metropolitano. Estudiantes había arrancado la competencia con dos triunfos: sobre Huracán, en el Ducó, y ante Lanús en 1 y 57. El tercer compromiso fue empate con Atlanta y en el siguiente capítulo el equipo albirrojo afrontaba el gran desafío de medirse con Boca. Fue el partido más importante de esa jornada porque los dos peleaban por la punta y se insinuaban como aspirantes a la pelea mayor.
Tanto interés se notó desde muy temprano en las inmediaciones del viejo estadio de la calle 1. Las tribunas explotaban y le dieron marco a un partido. Los dos carecieron de la puntería necesaria frente a los arcos y el cero parecía irremediable. Al menos hasta los 44 minutos del segundo tiempo, o sea en las puertas de la pitada final. En ese instante, la pelota llegó a la mitad de la cancha en lo que parecía una jugada aislada, que desembocaría en el final de la contienda. Pero no. El talento, la magia y la prestancia del flaco Echecopar -Juan, o simplemente el Vasco como lo conocían en su Pergamino natal-, se hizo dueño de la situación en esa zona del campo donde se sentía tan a gusto, tomó el esférico y encaró a Silvio Marzolini; después de esquivarlo, dejó fuera de acción al uruguayo Silvera y fue en busca del turco Minoían -sí, el mismo que brilló en el Lobo del 62 pero que en ese momento defendía la valla auriazul-, que nada pudo hacer ante la arremetida del mediocampista pincharrata.
La obra de arte se completó con un nuevo esquive frente a Marzolini y el final entrando al arco con pelota y todo...El estallido, la locura y el telón para una de esas acciones imposibles de olvidar.
Seguramente esta debe ser la mejor manera de recordar a aquel pibe que en 1961 desembarcó en Estudiantes para formar parte de la epopeya. Que después de ser parte de la mítica "tercera que mata", forjada por Juan Ignomiriello, saltó a la primera para conformar aquel grupo que colocó al Pincha en lo más alto en ese Metropolitano de 1967.
Aquel gol, que hasta algunos quisieron evocar con un monumento, lo marcó para toda la vida. Fue la tapa de "El Gráfico" y el propio Echecopar reconocería que "Fue el más lindo de mi trayectoria; fue un golazo, por la jugada y por la importancia que tuvo ese resultado".
De perfil más bien bajo, estuvo en La Plata y en Estudiantes hasta 1971. Siempre fue un referente, un símbolo.
Fue parte de la mística que instaló aquel plantel. Se sintió muy bien desde el vamos cuando conoció al Flaco Poletti y Manera que llegaron a La Plata desde Sacachispas; con Aguirre Suárez, recién arribado de Tucumán o a Pelusa Bedogni con raíces en Everton. Se acopló rápidamente a la escuela que completaban otros notables del momento como Verón, Malbernat, Pachamé y Bilardo.
Aquel primer título en 1965 con "la que mata", el Metro del 67 y lo que vendría después con la consagración máxima a nivel continental y mundial lo colmaron de éxitos pero no le cambiaron su personalidad. En 1973 dejó el club albirrojo y se fue a España, en épocas en las que no eran muy comunes todavía ese tipo de transferencias. Había dejado en Estudiantes el mejor de los recuerdos.
Aquel estallido a los 44 minutos del segundo tiempo del partido con Boca en marzo del 67 nos envuelve la mejor imagen de el flaco, Juan, el "Vasco", un grande...
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